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miércoles, 15 de noviembre de 2017

La Mucho Española Izquierda Española

Frente a los recientes acontecimientos en Catalunya, les recomendamos este esclarecedor texto de Ángeles Maestro dado a conocer por Público:


Ángeles Maestro | Militante de Red Roja

Lo que más teme la oligarquía del Estado español es que la clase obrera vuelva a descubrir que los representantes políticos de quienes le destrozan la vida a diario son los mismos que disfrazados de patriotas aplastan los derechos nacionales de los pueblos. Ellos, plenamente conscientes de sus intereses de clase, en el conflicto de Cataluña están usando a fondo en los medios de comunicación a su servicio a personajes de la izquierda española para intentar impedir que conciencia de clase y derecho de autodeterminación se aúnen, como hicieron en la lucha contra la Dictadura.

Para ello están contando con el impagable, o no, apoyo de Alberto Garzón, coordinador de IU y Paco Frutos, ex secretario general del PCE, reeditando el papel de apagafuegos  desempeñado por ambas organizaciones desde la Transición ante situaciones que dificultaran el control por parte de las clases dominantes.

Esa función fue perfectamente identificada, ni más ni menos que por un editorial de ABC que reflexionaba sobre los peligros de desaparición de IU tras su fracaso electoral en 2004.  Reconocía  perfectamente este diario sus intereses de clase y decía así: “El paisaje democrático español ofrece históricamente un espacio claro a la izquierda del PSOE, donde debe asentarse una formación que refuerce la centralidad política de la socialdemocracia y al tiempo sirva como dique de contención para las tentaciones antisistema. IU ha ejercido, desde su refundación a partir del viejo PCE, como factor de estabilidad que ha cargado a sus espaldas con los distintos impulsos de izquierda alternativa que se han ido configurando tras la crisis del marxismo tradicional, evitando que se produzcan tentaciones escapistas y rupturistas al margen de los cauces de la democracia.

La obsesión de las clases dominantes, desde Franco hasta ahora, es tratar de evitar que la clase obrera vuelva a descubrir la íntima vinculación en el Estado de español entre la lucha contra la explotación y la de los pueblos por sus derechos nacionales. Como saben los dos personajes autocalificados de comunistas, la mejor historia del PCE, la anterior a la Transición, está repleta de programas y discursos que identificaban al nacionalismo español con todo lo retrógrado y cavernario y al progreso con la lucha de la clase obrera por su emancipación y por la libertad de los pueblos.

Especialmente emblemático es el mitin, en el Monumental Cinema de Madrid, en el que José Díaz, Secretario General del PCE, identificaba el día 2 de junio de 1935 entre los 4 pilares básicos que debían sustentar el futuro Frente Popular: La liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo español. Que se conceda el derecho de regir libremente sus destinos a Catalunya, a Euskadi, a Galicia y a cuantas nacionalidades estén oprimidas por el imperialismo de España.

En otra intervención que lleva por expresivo título ¿Quiénes son los patriotas? el dirigente del PCE afirmaba el 9 de febrero de 1936, pocos días antes de que el Frente Popular ganase las elecciones: Queremos que las nacionalidades de nuestro país, Cataluña, Euzkadi y Galicia, puedan disponer libremente de sus destinos, ¿por qué no?, y que tengan relaciones cordiales y amistosas con toda la España popular. Si ellas quieren librarse del yugo del imperialismo español, representado por el Poder Central, tendrán nuestra ayuda. Un pueblo que oprime otros pueblos no se puede considerar libre. Y nosotros queremos una España libre.

Esta tradición permaneció intacta durante toda la lucha contra la Dictadura hasta los largos prolegómenos de la Transición. El abandono del  Derecho de Autodeterminación formó parte de la inmolación del PCE – y de paso, del potente movimiento obrero forjado en la lucha contra la Dictadura – ante el Régimen del 78 que, como estamos viendo, mantenía la herencia franquista.

La defensa de las organizaciones comunistas del derecho de autodeterminación de los pueblos no es ni una excepción, ni una anomalía. Constituye una de las más importantes aportaciones del partido bolchevique, y especialmente de Lenin a la historia política del movimiento obrero. Su negación en un Estado atravesado históricamente por reivindicaciones nacionales  por parte de quienes se llaman dirigentes comunistas, o bien se trata de una ignorancia imperdonable, o más probablemente, de una acto de colaboración de clase.

La primera afirmación de Lenin, rotunda, inapelable, realizada en su documento “El derecho de las naciones a su autodeterminación” (que recomiendo vivamente a quien quiera conocer con rigor la posición comunista al respecto) es que tal derecho no significa otra cosa que no sea el derecho de una colectividad a formar un Estado nacional independiente. Este reconocimiento por parte de los comunistas requiere que exista un pueblo que lo reclame, el cual – evidentemente – es el depositario de la decisión al respecto. Es incuestionable que en Cataluña hay una parte importante de su pueblo que lo reclama y si es o no mayoritaria, es precisamente lo que se trataba de comprobar el 1 de octubre.

Las declaraciones de Cayo Lara, ex coordinador general de IU negando el derecho del pueblo catalán a decidir su futuro  “unilateramente porque forma parte del Estado y el resto de españoles también tienen que opinar” son de una indigencia política que provoca vergüenza ajena.

En segundo lugar, el Derecho de Autodeterminación es, ni más ni menos, un derecho político democrático, que no excluye ni las relaciones de explotación en su seno, ni la hipotética opresión hacia otras naciones.

El alineamiento de Alberto Garzón con el nunca nombrado nacionalismo español ha llegado a cotas muy altas, como cuando calificaba de “provocación” (¿a quién?) la declaración de independencia o como cuando, desde posiciones comunistas(?), descalificaba el referéndum por “ilegal” o la DUI por “carecer de valor jurídico”. Es tan evidente que esas declaraciones podrían haber salido del PP o del PSOE y al tiempo el llamamiento al respeto al orden establecido es tan incompatible con posiciones mínimamente revolucionalrias que ni siquiera me detengo a comentarlas.

Sí quiero puntualizar su descalificación de todo el proceso catalán por el papel  jugado en él por la burguesía.  Primero porque se ha mostrado con toda claridad como la gran burguesía catalana, la del IBEX 35,  milita en la Brunete del 155 y sobre todo porque ante una reivindicación estrictamente democrática como ésta, que la hegemonice o no la burguesía no es argumento para que las organizaciones de la clase obrera no la respalden.

Es decir, que el apoyo de las organizaciones comunistas a tal Derecho sólo significa el apoyo a la nación oprimida, frente a la nación opresora. Hasta ahí, nada más.

Uno de los aspectos centrales de toda esa posición política supuestamente antinacionalista es su negación  de la existencia del nacionalismo español y todo ello a pesar de las duras exhibiciones de lo más rancio de la caverna política y de sus medios de comunicación, que antes les ninguneaban y que ahora les han convertido en héroes.

Las palabras de Lenin no ofrecen dudas: “La significación real de clase de la hostilidad liberal al principio de autodeterminación política de las naciones es una, y sólo una: nacional-liberalismo, salvaguarda de los privilegios estatales de la burguesía de la nación opresora.”

Situando el análisis en lo concreto de nuestra historia, es innegable que la clase obrera – cuya lucha llevaba implícita la reivindicación del derecho de autodeterminación – llegó a la Transición con una hegemonía clara que le permitía además articular y poner su impronta en el resto de los combates. El hecho de que no se produjera la Ruptura sino el gran cambalache llamado Transición – que contó con la participación decisiva del principal partido de la clase obrera, el PCE,  y que conllevó la lenta pero inexorable demolición de la fuerza lograda y de la independencia de clase – tuvo como consecuencia la aparición en primer plano de las reivindicaciones nacionales en las nacionalidades históricas con una muy débil marca de clase. Por eso, resulta aún más llamativo que sean representantes de la organización que hizo el favor más grande a las clases dominantes quienes esgriman, precisamente ahora, la posición de clase para desacreditar una reivindicación que, como explicaba en un reciente artículo, tiene la enorme virtud de debilitar el engranaje de la Transición, enemigo a la vez de la clase obrera y de los derechos nacionales de los pueblos.

En una situación análoga, la de Irlanda, Marx da una brillante lección de coherencia de clase. Como es bien sabido, tanto él como Engels habían identificado a la clase obrera inglesa como la más avanzada, la llamada a hacer la primera revolución obrera. Según ese análisis, la reivindicación democrático-nacional de la independencia de Irlanda tenía una importancia muy secundaria, por cuanto se resolvería en ese proceso. Pero, dice Marx, las cosas han ocurrido de manera diferente. La clase obrera inglesa ha caído bajo la influencia de los liberales, decapitándose ella misma con una política liberal. Por contra el movimiento burgués (así lo define Marx) de liberación de Irlanda se ha acentuado y ha adquirido formas revolucionarias.  Y el sabio Marx corrige su posición y dice: ”La clase obrera de Inglaterra no podrá liberarse, mientras Irlanda no se libere del yugo inglés. El sometimiento de Irlanda fortalece y nutre a la reacción en Inglaterra”.

Lenin destaca el valor ejemplar de esta posición de Marx y Engels e indica que es “Una advertencia contra la precipitación lacayuna con que los pequeños burgueses de todos los países, lenguas y colores, se apresuran a declarar “utópica” la modificación de las fronteras de los Estados creados por las violencias y los privilegios de los terratenientes y la burguesía de una nación”.

Finalmente es preciso diferenciar la política de la clase obrera y la de la burguesía en cuanto al problema nacional, porque en modo alguno debe subordinarse una a la otra.

Para la primera, el interés superior desde el que se evalúa toda reivindicación nacional y toda separación nacional, es el de la lucha de clases, el de la unidad de la clase obrera de todos los países.

Así frente a posiciones simplistas  que claman por el “internacionalismo” para justificar posiciones que, quiérase o no, fortalecen al nacionalismo más retrógrado de la nación opresora, la unidad y la solidaridad de clase – máxime cuando la represión arrecia – exige demostraciones prácticas. Es imprescindible que quede absolutamente claro para el pueblo de la nación oprimida que de ninguna manera las organizaciones políticas de la clase obrera transigen o se contagian con ese nacionalismo español  que constituye la piedra angular de la ideología de los vencedores de la guerra civil.

La estrategia del nacionalismo español que funde el el Régimen del 78 a PP y PSOE ha sido y es, el enfrentamiento entre pueblos, mediante la intoxicación mediática más burda y la utilización de referentes de la izquierda para sus intereses. Precisamente en aras del objetivo superior de la unidad de la clase obrera  de todos los países, del internacionalismo, es preciso colocarse nítida y firmemente al lado de la nación oprimida y del pueblo reprimido, contra  el nacionalismo español.

En 1902, en los debates del partido bolchevique sobre el tema que Lenin recupera se decía: “Esta reivindicación, que no es obligatoria para los demócratas burgueses, es obligatoria para los socialdemócratas. Si nos olvidáramos de ella  o si no nos decidiéramos a propugnarla, temiendo herir los prejuicios nacionales de nuestros compatriotas rusos, se convertiría en nuestros labios en mentira odiosa…el grito de combate: ¡Proletarios de todos los países, uníos!.

La tradición histórica comunista, la teoría y la práctica es clara al respecto. Los burdos argumentos esgrimidos por Garzón, Frutos y Lara intentan cubrir las vergüenzas de una izquierda que vendió su esencia revolucionaria y su coherencia de clase en la Transición. Sus dirigentes siguen buscando el efímero lugar al sol que les concede el poder por los servicios prestados, considerándoles “hombres de  Estado” entonces, o ahora, invitándoles a sus tertulias.

Es evidente que por ahí, no hay ningún camino. El futuro nos demanda hoy abrir vías de confluencia política entre las organizaciones de los pueblos del Estado español que entendemos que la tarea principal es la lucha contra el enemigo común; ese Régimen de la Transición sostenido fundamentalmente por PP y PSOE, que empieza en la Monarquía, sigue en la Audiencia Nacional, en el Tribunal Constitucional y en todas las leyes represivas que llenan las cárceles de hombres y mujeres que están ahí por luchar por los derechos de la clase obrera y por la libertad de los pueblos.

Escribo este texto pensando y rindiendo homenaje a toda la militancia comunista que dio su vida por la emancipación de su clase y la libertad de los pueblos.





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