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domingo, 16 de abril de 2017

Imperialismo Homoneoliberal

A Charlton Heston le iba a encantar enterarse que un israeli-estadounidense va por el mundo redefiniendo las reglas para saber quien es homosexual y quien no, como nos explican en este artículo publicado en la página Paralelo 36 Andalucía:


@RaulSolisEU

Eliad Cohen, un gay israelí, rico, musculado, con pelo en pecho y con un gran poder de convocatoria en discotecas estadounidenses y un “olfato innato para los negocios”, según sus biógrafos, será el próximo participante en el programa de Telecinco ‘Supervivientes’. El muchacho, de 29 años, cuyo negocio es lucir músculos por discotecas estadounidenses donde le aclaman como si fuera un ser divino, dice que viene a España a “normalizar” la imagen de los gays.

Cuando dice que quiere “normalizar”, lo que nos está queriendo decir es que viene a mostrar que se puede ser gay y muy macho, gay y muy hombre, gay y muy musculado. Maricón sí, pero con pelo en pecho y de ademanes muy heterosexuales. Vamos, que normalizar viene a ser a decir que los gays con pluma, afeminados, gordos, pasivos, calvos, feos, rurales, pobres, albañiles o peluqueros no son normales. La ultraderecha pop era esto: homofobia fomentada por homosexuales.

No es baladí que Telecinco haya escogido a un gay de estas características y no a otro, con pluma, gordo y, por ejemplo, cajero de un supermercado. Desde que la liberación de los homosexuales y transexuales se ha reducido a que aparezcamos en las portadas de revistas de moda, en la lista de los más ricos del mundo y restringido la condición sexual a una cosa con músculos, existe un discurso dominante en el que, incluso fomentado desde muchas entidades LGTB que nos venden en los stands de FITUR como si fuéramos ganado, los gays sólo somos ‘normales’ si servimos para que las empresas hagan caja. Da igual que sea comprando vientres de mujeres pobres o yendo a Zara a consumir como posesos.

En esa normalidad no entra como mérito ser inteligente, ni ser culto, ni tener un historial honorable en defensa de la igualdad, ni las personas mayores que abrieron las rejas de los penales franquistas para ir conquistando terreno en el día a día y a las que hoy estamos encerrando nuevamente en cárceles de soledad, ni quienes lucharon por la abolición de la Ley de Peligrosidad Social, que fue abolida en 1979, tres años después de la amnistía a los presos políticos del franquismo. Sí, para los homosexuales y transexuales la dictadura duró tres años más que para el resto de represaliados.

Tampoco entran en esa normalidad las mujeres transexuales o los gays muy afeminados, que fueron quienes dieron comienzo a las revueltas de Stonewall de 1969, el germen de los movimientos de liberación sexual en todo el mundo, al menos en la parte occidental. No son normales las bolleras, los maricones y las personas transexuales que convocaron en 1977 las primeras marchas del Orgullo en ciudades como Barcelona, Sevilla o Madrid. Héroes y heroínas que todavía eran ilegales, que habían sido expulsados de sus casas por su orientación o identidad y que en lugar de armarios nos regalaron vitrinas de visibilidad para mostrar la evidencia, provocar cambios y reivindicar el derecho a ser felices.

Para este gaypitalismo que sólo promociona la normalidad de quien se la puede pagar, tampoco son normales los gays, lesbianas y transexuales como Carla Antonelli, Boti García, Antonio Poveda, Pedro Zerolo, Shanghai Lilly o Beatriz Gimeno, quienes fueron visibles en los 80 y 90 y nos ayudaron a las personas LGTB de mi generación a descubrir que no estábamos solos, que no éramos unos locos, que la idea del suicidio no merecía la pena, que existían redes de ayuda y que nos podríamos casar si nos daba la gana con quien quisiéramos y gritar que éramos tan normales como el que más. Estos activistas, ahora invisibilizados, nos regalaron la felicidad de la que gozamos hoy, pero lo suyo no fue normalizar porque teníamos que esperar a que viniera un israelí rico, de pelo en pecho y sin cerebro, a que nos salvara. ¡Por Dior!

En Andalucía, este año se cumplirán 40 años de que una pancarta de color rosa, con el eslogan ‘Amnistía Sexual’, fuese colgada del monumento más emblemático de Sevilla, de manera clandestina, por el Movimiento Andaluz de Liberación Homosexual, un pequeñísimo grupo de valientes que reclamaba la derogación de la Ley de Peligrosidad Social, el derecho al propio cuerpo y la libertad para las personas presas por su condición sexual.

Entre quienes promovieron aquella histórica manifestación en Sevilla, que la policía franquista intentó detener, estaba Mar Cambrollé, transexual que abandonó su casa a los 19 años para no sentir que su padre la odiaba por ser quien era. Y quien se subió a la Giralda a colgar la pancarta que pedía libertad para los presos homosexuales y transexuales, otra mujer transexual, África Ossorio, también con kilos de desprecio e incomprensión a sus espaldas. Ambas eran insultantemente jóvenes por entonces y hoy, casi con 60 años, son referentes, un ejemplo de generosidad y memoria viva de lo que la solidaridad es capaz de lograr.

A personas como estas es a quienes les debemos poder andar libres por las calles, que es nuestra normalización. No le debemos nada a los ‘normales’ que van a los programas de máxima audiencia a mostrar que para ser un gay normal hay que renunciar a tener cerebro, despreciar la pluma, rendirle culto al cuerpo, ser rico y modelo para que las marcas comerciales nos cuelguen de sus escaparates. Para esa normalidad, algunos serían más útiles siendo invisibles.






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