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jueves, 23 de marzo de 2017

Cuando el Proletariado se Traiciona

El tema central de este excelente artículo no nos toma por sorpresa.

El gran reto de todos los colectivos de izquierda en el mundo es dotar a la clase trabajadora de conciencia de clase para que así no sea tan fácil manipularla por parte de los poderes fácticos, o sea, por parte de las instituciones nacionales y supranacionales con las que cuenta la oligarquía para continuar sosteniendo el modelo socioeconómico que les beneficia desde hace ya varios siglos.

Les invitamos pues a leer este texto dado a conocer en la página de Manu Robles-Arangiz Institutua:


Amplios sectores de la clase trabajadora occidental parecen agruparse en torno a populistas de extrema derecha, demagogos y racistas. Votan a partidos reaccionarios y fascistas. Han contribuido con su voto a sacar al Reino Unido de la UE, a hacer presidente de EEUU a Trump, y dan un respaldo tan masivo a partidos políticos de extrema derecha que éstos tienen el poder al alcance de la mano en varios de los países más poblados de Europa.

Asbjørn Wahl

Dado que tradicionalmente se supone que la clase trabajadora vota a la izquierda, esto provoca malestar, inseguridad y confusión entre expertos, comentaristas y políticos del mainstream, especialmente en el movimiento obrero. No faltan las condenas moralizantes de las personas que se van a la extrema derecha. Sin embargo, un creciente número de comentaristas empiezan a sospechar que esta deriva puede ser un signo de protesta contra el actual estado de la sociedad: No toda la gente se ha beneficiado de la historia de éxito de la globalización.

Muchos políticos y militantes de izquierda tienen grandes dificultades para orientarse en este nuevo escenario político. Personas que de otra manera hubieran estado a favor de la salida de Gran Bretaña de la autoritaria y neoliberal UE, por ejemplo, me han dicho que votaron por quedarse, “para no ser carne de cañón de los racistas y las fuerzas anti-inmigración en el campo partidario del Brexit”. De esta manera, dejaron que fuera la extrema derecha la que manifestase la necesaria oposición a las políticas antisociales y antisindicales de la UE.

Seguramente hubiera sido más importante y más útil que la izquierda adoptase una perspectiva algo más autocrítica sobre su propio rol y políticas. ¿Es posible que hubiesen fallado a sus votantes, que los partidos de izquierda no sean considerados instrumentos fiables para defender los interese de quienes tienen menos poder y riqueza en la sociedad actual? Quizá haya habido demasiada política identitaria y muy poca política de clase. ¿Es posible que el análisis social de la izquierda no logre captar la esencial realidad del actual estado de cosas económico y político?

La mayoría de la gente de izquierdas puede estar de acuerdo en que la situación es grave, incluso dramática. En Europa, el nivel de sindicalización ha caído casi a la mitad en los últimos 30 años, y los derechos laborales, legislación laboral y convenios colectivos se han deteriorado sistemáticamente y/o han sido abolidos por completo. Las cosas están peor que en Noruega, pero eso no quiere decir que estemos a salvo de esta evolución. Sin duda, Noruega sigue estando en la cubierta superior del transatlántico del bienestar, pero hay muchos indicios de que es la cubierta del Titanic.

En resumen, las desigualdades en la sociedad se están agudizando también aquí; en los centros de trabajo surgen relaciones más autoritarias, también mediante la americanización de los modelos organizacionales y de dirección. Los salarios de las personas que están en los grupos inferiores se han estancado.

Al mismo tiempo, nos encontramos con empleadores lanzados al ataque, cada vez más agresivos, que, entre otras cuestiones, eluden la responsabilidad del empleador a través del outsourcing y el creciente uso de ETTs, lo que debilita a los sindicatos. Más aún, los empleadores se benefician muchísimo de las políticas cada vez más antisindicales de la UE/EEE y sus tribunales. Se vacía el contenido del trabajo en muchos sectores del mercado laboral; se está fragmentando y estandarizando cada vez más; los empleados son sometidos a un control cada vez mayor, y la intensidad del trabajo se está incrementando.

Además, la ideología de la asistencia social al trabajo contribuye muchísimo a desplazar la atención de las estructuras organizacionales y las relaciones de poder a la individualización, con afán moralizante, sospecha y un brutal régimen de sanciones contra los individuos.

Por supuesto, esta evolución se deriva de la crisis económica. El capitalismo está atravesando su más profunda crisis desde la Gran Depresión de los años 30, y los propietarios de capital han cambiado su estrategia para volver a obtener beneficios. El neoliberalismo se convirtió en su respuesta a la crisis, pero de momento nada indica que de esa manera se vayan a superar las contradicciones internas del capitalismo. Es importante subrayar también que el neoliberalismo y la especulación financiera sin freno son efectos de la crisis capitalista, no sus causas. Y la globalización, que según muchas voces “ha venido para quedarse”, y que los sindicatos solo “tienen que adaptarse”, no es más que resultado de la estrategia del capital y de la ofensiva contra la crisis.

En Europa está cada vez más claro que dos grandes metas de esta política son deshacerse de los estados de bienestar y derrotar a los sindicatos. Es lo que de hecho está ocurriendo, bajo el liderazgo de las instituciones de la UE. El que millones de trabajadores y trabajadoras sean los “perdedores” de este proceso de globalización no debería sorprender a nadie. Ni que finalmente aquellos reaccionen con desconfianza, rabia y pura rebelión. En este contexto, es comprensible que parte de la clase trabajadora, ante la ausencia de partidos políticos de izquierda con análisis, políticas y estrategias para hacer frente a esta crisis y a la ofensiva de las fuerzas capitalistas, sea atraída por el la retórica antielitista y anti-establishment de la extrema derecha.

Entenderlo, sin embargo, no implica aceptarlo, y mucho menos darle cobertura. Que algunas personas de la izquierda se dejen fascinar por las políticas aparentemente favorables a los trabajadores de muchas de las fuerzas de extrema derecha, o que incluso quieran aliarse con ellas, es por ello una tendencia peligrosa. No es nada nuevo que la extrema derecha dore la píldora a los sectores más vulnerables de la sociedad. Ocurrió igualmente durante la emergencia del fascismo en los años 30. Entonces, igual que ahora, había personas de izquierdas, aunque no muchas, que se cambiaron de bando creyendo ciegamente que el “nacionalsocialismo” era un tipo de socialismo, y no algo radicalmente opuesto, tal como la historia demostró.

Lo que se debe comprender es por qué muchas de las personas más explotadas y débiles de nuestra sociedad son atraídas por la retórica antielitista de la extrema derecha. Y al tratar de entenderlo, deberíamos recordar que la correlación de fuerzas en los centros de trabajo se ha escorado dramáticamente en favor de los empleadores; que la brutalización del trabajo se agudiza, o que amplios sectores de trabajadores y trabajadoras sufren una inseguridad cada vez mayor. Esto también es fundamental si queremos desarrollar una política basada en intereses que responda a estos desafíos.

La realidad es que la explotación laboral, una impotencia y subordinación creciente apenas se reflejan en el debate público. La mayoría de partidos obreros han cortado amarras con su electorado tradicional. En lugar de recoger el descontento provocado por un mercado laboral más brutal, politizarlo y canalizarlo por la vía de una lucha organizada basada en los intereses, los partidos de izquierda de la clase media ofrecen poco más que un discurso moralizante y menosprecio. Por tanto, no hacen más que echar a grandes colectivos de trabajadores y trabajadoras en brazos de los partidos de extrema derecha, que se hacen eco del cabreo y hacen todo lo que pueden para canalizar la rabia de la gente contra otros grupos sociales (inmigrantes, musulmanes, gays, gente de color diferente, etc.) en lugar de abordar las verdaderas causas de los problemas.

Si la izquierda es incapaz de apoyar la lucha contra el capitalismo y sus crisis en la experiencia diaria de las personas en su centro de trabajo, perderán la batalla por el corazón y el alma de la clase trabajadora. Si queremos evitar que esto ocurra en Noruega, tenemos que dejar de hablar también del “modelo nórdico” como si nada hubiera ocurrido, cuando en amplios sectores de la dirección del movimiento sindical y obrero el modelo de cooperación entre el trabajo y el capital se ha estilizado como un fenómeno que “beneficia a ambas partes”, completamente desconectado de la correlación de fuerzas que se desarrollan en los centros de trabajo y en la sociedad. Se suele considerar como una forma más elevada de racionalidad y se envuelve de una retórica de interés común cada vez más irreconocible para las personas asalariadas.

Si es cierto que el diálogo social y la cooperación tripatita favorecen a “ambas partes” en la situación actual, ¿no deberíamos esperar que los empleadores intentasen establecer relaciones igualmente positivas en ámbitos donde los sindicatos son débiles, como en hoteles y restaurantes, comercio, limpieza...? La realidad va justo en la dirección contraria. Es más, parece que la ideología de concertación social ha contribuido a la despolitización y desradicalización del movimiento sindical y obrero, mientras que los empleadores atacan cada vez con mayor dureza la legislación laboral y los acuerdos que habían anteriormente aceptado, en el espíritu del compromiso interclasista.

En resumen, el equilibrio de fuerzas en los centros de trabajo se ha desplazado dramáticamente, del trabajo al capital, de los sindicatos y órganos democráticos a las compañías multinacionales y las instituciones financieras. En pocas décadas los intereses capitalistas han logrado abolir las principales regulaciones que hacían posible el estado de bienestar y el modelo nórdico, la cooperación monetaria internacional, los controles de capital y otras regulaciones del mercado. En esta situación, la ideología de la concertación social constituye un obstáculo para la lucha sindical y política.

El reto fundamental para la izquierda es hoy organizar la resistencia contra esta realidad. Solo de esta manera se puede hacer frente al populismo y radicalismo de extrema derecha. Una vez más, tenemos que ser capaces de definir el horizonte de una tierra prometida, esto es, la perspectiva de una sociedad mejor, con una radical redistribución de la riqueza, en la que desaparezca la explotación y las necesidades humanas sean la base del desarrollo social. En este caso, no bastarán las declaraciones, protestas y apelaciones a la cooperación tripartita cuyo contenido se vacía constantemente. Se trata de una cuestión de poder, económico y político. Esto exigirá una movilización social masiva, de estilo de la que permitió a los sindicatos fundar su fuerza para ganar poder e influencia a principios del siglo pasado. ¿Estamos preparados para ello?






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