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martes, 31 de enero de 2017

Acerca de la Unión Voluntaria Jeltzale

El comentario de Igor Meltxor con respecto a las declaraciones unionísticamente voluntarias de El Aburrido, el mismo ha sido publicado en Naiz:


«No nos ha gustado jugar al órdago en política, sobre todo cuando tienes buenas cartas que te permiten jugar y ganar la partida sin necesidad de dar el órdago» (José Antonio Ardanza, 2009)

Igor Meltxor | Escritor, investigador y analista político

La semana pasada, el lehendakari Urkullu reiteró su defensa del ejercicio de la «unión voluntaria» dentro de España, algo que ya había hecho en una entrevista publicada en octubre de 2015 :«Si no podemos salirnos de la Constitución, planteemos la unión voluntaria». Erigiéndose en lider del abertzalismo virtual, Urkullu plantea unirse voluntariamente al Estado que niega decidir a los vascos libremente su futuro. Unión voluntaria, donde hace años dijeron “libre adhesión”, pasando por el «pacto amable», dejando a un lado «aventuras» o «conceptos decimonónicos», y todo ello para enmascarar el triste pacto de libre «agresión». Es el colmo de la renuncia, pero no menos que el famoso plan del independentista tardío, Juan José Ibarretxe, que lo proyectaría también como un abrazo nacionalista, libre y voluntario, al Estado ocupante. Un plan que nació cojitranco, al tratarse de un proyecto unilateral, sin consenso previo entre los distintos agentes sociales y políticos.

Ganar tiempo, ésa es la sempiterna estrategia del gestor jeltzale, para seguir con sus negocios. Más tiempo para hacer borradores, informes, comisiones…, para posteriormente mercadear y terminar cumpliendo estrictamente las leyes españolas, alegando cualquier excusa, antes era la violencia y luego serán las resoluciones judiciales. En fin, años de una ambigüedad calculada y nociva para el pueblo vasco. Ahora sí, pero ahora no o quizás más tarde, pero sin prisa, que no es bueno correr. No descartaba el nuevo Conde de Lerín, una consulta hace dos años: «En absoluto renuncio que en 2015 se celebre una consulta sobre un nuevo estatuto político» (19.10.2013), que por cierto, la llevaba su partido en el programa electoral. Para meses más tarde, tras el primer consejo de Gobierno, olvidar el tema haciendo caso de la doctrina del particular vademécum jeltzale: «Urkullu no prima plantear ahora la consulta a Rajoy, sino el cumplimiento de materias pendientes del Estatuto» (28.8.2014). Nada nuevo.

En septiembre de 2015, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, afirmaba que desde 1978, cuando los catalanes apoyaron la Constitución, «el camino del PNV ha sido diferente», negando cualquier paralelismo y hablando de realidades diferentes. Al igual que su compañero Urkullu, el presidente del “culo de hierro”, ha sido partícipe del «juego de la consulta», que consiste en distraer al personal del batzoki haciendo ver que hacen, dejando entrever que no renuncian, al mismo tiempo que se pasan por el arco de San Mamés, cualquier dinámica en favor de que los vascos decidan libremente su futuro. Decía Ortuzar: «La consulta podría ser en 2015 ó 2016. Lo importante es que se haga» (5.12.2013). No tardaría en explicitar que: «antes de la consulta debe haber acuerdo» (6.5.2014). El eterno partido de cesta punta para mantener entretenida a la parroquia persiguiendo la pelota. Aunque eso sí, prometía «culo de hierro» a sus feligreses en el Alderdi Eguna, «hasta que Euskadi sea reconocida como nación». Posaderas de hierro y cara de cemento. Aunque el dirigente del PNV que por ahora más claro ha sido en cuanto a una posible fecha para un referéndum, ha sido, sin duda, el secretario del EBB, Koldo Mediavilla: «Euskadi celebrará una consulta, aunque no sé cuando» (23.9.2015)

El PNV demostró un posibilismo sin complejos durante los meses que duraron las conversaciones en torno al texto constitucional de 1978, y enterró la aspiración independentista, solo reivindicaba por algunos pocos miembros del PNV a lo largo de su historia, en favor de un autonomismo español. Arzalluz trató de identificar la consecución de un ente autonómico dentro del Estado español con la esencia del Nacionalismo vasco. Habló el entonces líder del PNV, hasta la saciedad, de «autogobierno» como aspiración máxima. Autonomismo jeltzale para hacer de la CAV una mera región española, excluyendo Nafarroa. La actitud del PNV era cada vez más clara llegando incluso a afirmar Arzalluz, en sede parlamentaria: «sepan sus señorías que, sea cual fuere el resultado del texto, y aún en el caso de que mi grupo se viera forzado a no aprobarlo, nosotros lo acataríamos» (21.7.1978). Era conocedor que sus bases no dejarían que el PNV votara a favor del texto, pese a la intención de sus dirigentes, que pronto comenzaron a lanzar avisos sobre una hipotética abstención jeltzale, al igual que tenía claro que nunca votarían en contra, eso nunca. Por ello rendía pleitesía a los diputados españoles al asegurarles su total apoyo al texto, en forma de “acatamiento”.

Mientras tanto, la izquierda independentista comenzó a aunar fuerzas en contra de la Constitución española, un espacio plural de partidos, pero donde las ideas de Independencia y socialismo figuraban como objetivos estratégicos, la alternativa KAS como reivindicación táctica y el combate contra la reforma como línea de intervención, constituyendo un sólido pegamento político que permitió a este sector ir homogeneizando posiciones y adoptando un discurso y una práctica cada vez más unitaria. La articulación de este espacio preocupaba al PNV, sabedor que ese movimiento podría aglutinar a una mayoría social que nunca podría controlar, y los de Arzalluz se apresuraron a convocar a su militancia la manifestación del 28 de octubre en Bilbo en contra de ETA, bajo el lema «Contra el terrorismo», arropados por PSOE y PCE y con el apoyo en la distancia de UCD. El PNV se desvinculaba de una posible unidad de acción entre abertzales. HB convocaría su propia y primera manifestación, y mientras unos soltaban palomas en señal de «Paz», la policía hacía lo propio con sus porras, en señal de guerra, cargando contra los independentistas. «¿No hubiera sido más juicioso el basarnos en nuestro común rechazo a la Constitución para sentar las bases de una acción concertada entre abertzales que, ésa sí, hubiera podido constituir una aportación constructiva a la paz?», se preguntaría Telesforo Monzón, en un artículo publicado en Egin (6.10.1978) días antes de la movilización.

Pocos días después, el Congreso español aprobó por abrumadora mayoría el texto (31 octubre), y el PNV explicaría la abstención, realizando una exposición más fuerista que nacionalista, y reconociendo la aceptación de «planteamientos ajenos y hasta contrarios». El PNV era consciente de que no podía aprobar una Constitución contraria a los deseos de la mayoría de los vascos, al mismo tiempo que sabía que no podía votar en contra, ya que corrían el riesgo de convertirse en un polo mayoritario creando una crisis de legitimidad del Estado. Y eso para nada era la intención del PNV, prefiriendo echar mano, una vez más, de su eterna y calculada ambigüedad. Por si existiera alguna duda, Arzalluz se encargó de disiparlas: “(…) ha quedado claro que los Diputados y Senadores del PNV no han puesto en cuestión la unidad del Estado”. Unas palabras que recordaban mucho a las pronunciadas por otro diputado del PNV, Manuel Aranzadi, en abril de 1920 en la tribuna del ruedo ibérico: «No quiero, no busco, no deseo la separación de mi tierra de España». Los diputados españoles del PCE, PSOE, catalanes y UCD despidieron a Xabier Arzalluz con una salva de aplausos, no era para menos. Mientras tanto, el diputado de EE, Letamendía, exclamaba airado: «¡Mal, muy mal!», criticando la indignante intervención del líder jeltzale: «Hoy el aparato del PNV se hace carlista y se acerca a las derechas españolas, mientras que la izquierda socialista abertzale recupera la savia patriótica de aquel». Los diputados del PNV se ausentaron del Congreso en el momento de la votación, evitando así posicionarse, mientras EE votaba en contra. El EBB, órgano supremo del PNV, comenzó entonces una campaña para justificar ante sus bases el motivo de su voto: «La abstención expresa una disconformidad con los aspectos negativos de la Constitución que no se traduce en un No, para no expresar un rechazo global indiscriminado ante un aspecto importante y positivo» (noviembre 1978),

Los jeltzales legitimaron un texto anti democrático, y piedra angular de la negación constante del reconocimiento de los derechos históricos y políticos del pueblo vasco. Un texto que negaba el derecho de autodeterminación, que imponía una ley antiterrorista, que dictaba la división de Hegoalde entre Nafarroa y la CAV…, en definitiva, una Constitución que negaba las libertades nacionales de Euskal Herria.

El abertzalismo virtual defiende la unión voluntaria con aquellos que llevan años tutelando la vida en Euskal Herria en contra de la mayoría de este pueblo. Ardanza, desde luego, lo explicaba claro.






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