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sábado, 26 de noviembre de 2016

Entrevista a Pamela Palenciano

Les recomendamos altamente esta entrevista dada a conocer en Público:


Pamela Palenciano fue víctima de la violencia machista en su adolescencia. Hoy, como superviviente, actúa en colegios e institutos con su monólogo 'No sólo duelen los golpes' para enseñar a los chavales a detectar las sutilezas y primeros síntomas de esta "enfermedad social".

Lucía Villa

A Pamela Palenciano (Andújar, 34 años) se le cayó la venda de los ojos el día que entró en la consulta de una psicóloga que le dijo: "No sólo duelen los golpes". Acudió a ella varios años después de haber salido de una larga relación con Antonio, su novio de la adolescencia, y el hombre que intentó matarla en dos ocasiones.

Pese a todas las secuelas no sabía que aquello tenía un nombre, -violencia machista- y mucho menos que lo que le había sucedido no era por "ser la tonta que se enamora del malote del barrio", sino por ser mujer y vivir en un sistema que entiende y estructura el mundo en función de los privilegios masculinos.

No sólo duelen los golpes es ahora un monólogo impactante con el que Pamela recorre salas, colegios e institutos para enseñar a los adolescentes a detectar las sutilezas y primeros síntomas de esta "enfermedad social". A través del humor y el sarcasmo, Pamela narra su historia, se interpreta a ella y a su maltratador y, casi sin que el público se dé cuenta, va desvelando, uno a uno, los ingredientes con los que se cocina el caldo de la violencia con el que todos convivimos a diario. Y los chavales responden: "muchos se sienten identificados", asegura.
¿Qué hay debajo de las cifras de mujeres asesinadas?

Esa es la punta del iceberg de la violencia estructural. Nos llama mucho la atención la violencia física, desde una paliza a un feminicidio, pero en realidad todo lo que hay debajo somos muchas mujeres que hemos estado muertas en vida. Lo que hay detrás de esto es una sociedad patriarcal de hace más de 21 siglos. Eso que Luis Bonino llamó micromachismos y que yo ya no llamo micro. Es el machismo cotidiano al que estamos acostumbrados todos y todas: a que nos roben la palabra cuando estás hablando, o que digas una idea e inmediatamente: “si pero…”. Una cosa que vas normalizando y que son bromas, y de la broma pasa a “te lo digo con cariño, como piropo”… Eso va aumentando y no te das cuenta que forma parte de la base de abajo.
El machismo es una forma de entender el mundo... ¿Somos en parte todas y todos víctimas de ese sistema?

Un tío que mata a su mujer no se levanta un día y dice: “Yo hoy la mato”. Eso está hecho desde que era un moco, desde que tenía tres años se está cociendo ese maltratador. No es una enfermedad, no es una patología. El que tiene a la mujer en su punto de mira es por una enfermedad social, no mental. Todos somos víctimas del patriarcado, hombres y mujeres, sí.
En tu monólogo narras tu historia, pero apuntas también a una violencia que germina en la educación, en el lenguaje, la familia, la cultura...

Mi monólogo lo pasé de una historia personal a algo político cuando descubrí, gracias a los feminismos, que lo que yo había pasado no era por ser de un pueblo pequeño de Andalucía, por tener 12 años o porque mis padres fueran trabajadores de clase obrera como me dijo una vez un psiquiatra… Me sentía muy culpable, yo decía: “Soy gilipollas, me he enamorado del malo del parque y me ha pasado todo esto por tonta”.

Cuando yo entendí a nivel político que esto me pasó por ser mujer y que había una estructura machista debajo de todo… por eso mi historia es al final una excusa para hablar de la violencia machista en su estructura.
¿Sirve la Ley contra la Violencia de Género y el 016 para atajar el problema?

A final la ley es un papel. Quienes la aplican son tíos y tías que por más sensibilización que le den, me da terror de cómo ven a las mujeres. Entras a denunciar y es como: “Esta a ver qué quiere”. Esperan de nosotras que seamos la del ojo morado. Hay una imagen en nuestra cabeza de mujer maltratada como escondida o como achicada. ¿Qué pasa con el 016? Lo mismo. La campaña está muy bien, pero luego se subcontrata y se subcontrata y se subcontrata a una empresa que regaña a los trabajadores por pasarse más de 10 minutos hablando con una mujer… ¿Qué coño vas a resolver en 5 minutos? Al final ves cifras, no personas. La ley está bien pero la aplican personas que no están concienciadas de verdad.

Se supone que ahora hay más concienciación. Pero los datos muestran que la violencia está cada vez más presente en relaciones entre adolescentes y jóvenes.¿Qué pasa?

Que ahora los jóvenes hablan también. No es que antes no pasara, es que antes no hablábamos de este tema. A mí me pilló en los 90 y no lo hablé, pero luego resulta que no era la única de la pandilla, fuimos varias. Gracias a que se habla más las criaturas responden, y lo bueno es que lo reconocen y llaman al 016 y suben las cifras.

Ahora, las campañas son una cosa y lo que las criaturas ven luego en sus casas, en las redes sociales, en la música que escuchan o lo que ocurre los fines de semana cuando salen a la discoteca, es otra. Hay una identidad masculina y femenina que todo el tiempo se está permeando de violencia, de que hombre significa “cuantas más te folles mejor”, y ellas es: “Sí, yo como soy igual que ellos me puedo acostar con cualquiera pero me siguen llamando puta si se enteran mucho”. Hay cosas que no se mueven.

¿Y cómo se corrige eso?

Para mí la respuesta está en poner la mirada en los victimarios, en los chicos. Para que esto acabe hay que poner el punto de mira en quien está ejerciendo la violencia también. Porque estamos generando una idea de libertad femenina falsa. Cuando hablamos de patriarcado es masculino, pero masculino no sólo son hombres, sino las mujeres queriendo ser como los hombres. Hay que acabar con toda la estructura, esto es lo complejo. El poder es masculino, el éxito es masculino, pero cuando las tías entramos en ese mundo se nos olvida todo y tenemos que ser como ellos: si un tío hace tal cosa, yo también, en todos los sentidos, fuerza, sexualidad, imagen… me salto un montón de normas, dejo de sentir mi cuerpo y me someto a todo para tener éxito.
Tú trabajas sobre todo con ellos, con los adolescentes. ¿Cuándo y por qué decides empezar a contarles tu historia?

A mí me dio mucha rabia sentir que me perdí mi adolescencia. Me dio muchísima rabia. Y la rabia es la emoción que nos han negado a las mujeres per sé, y es tan potente como el amor. Y mi punto fue que yo quería contar esto a nenes y nenas que están en la edad que yo tenía, para que no les pase, ese fue mi motor.

La primera vez que hablé de esto fueron 12 minutos, y me inflé a llorar. Para ver lo que ves ahora en el monólogo he llorado mucho, me costaba hablar de mi ex, ni siquiera decía su nombre, decía mi ex, y hablaba muy enojada de mí. Ahora el teatro me ayuda a poner esa risa para que no sea tan duro. El público que adoro son los adolescentes, porque veo tanta sabiduría, y tanta libertad y tanta verdad en sus preguntas… con los adultos me cuesta más, cuando uno va creciendo se va llenando de filtros, de ideas. Ellos están enteros…
¿Y cómo reaccionan? ¿Se caen muchas vendas?

La mayoría de chicas se sienten identificadas. De un aula de 100, un mínimo de 10 sale llorando… y cuando lloran es por un caso personal o de su pareja o de su madre. Los chicos siempre habían ido en plan rebelde, se mosqueaban conmigo porque les pongo el espejo delante del chulo-piscina, pero últimamente tengo la inmensa suerte de que los malotes de la clase entran con la capa y al final reconocen ser victimarios. Últimamente me encuentro con muchos chicos que me dan las gracias y me dicen: “Me acabo de ver en él y menos mal que estoy a tiempo de cambiar”. Claro, te hablo de uno o dos de los otros 50 que se van, pero para mí son muchos. Para mí sentir que hay un tío o dos que puede cambiar es como… mira, una vida más fuera de esto.

Cuando vas a ver el monólogo te ríes. Utilizas el humor como herramienta para narrar todo esto, pero tu objetivo es incomodar...

Antes, cuando lo hacía desde la rabia, no incomodaba tanto, la gente salía más mosqueada que incómoda. Me exponía mucho y la gente al final me atacaba a mí: “¿Por qué no lo dejaste antes?” Nadie hablaba de él. Con el humor lo que consigo es: “sí, tú ríete, ríete, que conforme pase el monólogo verás la risa dónde te va a llegar, porque te estás riendo al final de tu vida, no de la mía”.

A través del humor es como darle la vuelta a todas esas cosas, es un humor para pensar, más negro pero también más intelectual. Si yo hablo de la cosificación del cuerpo de las mujeres me ven como la plasta que viene a darme la charla. La gente reflexiona más con el humor, porque la gente dramas no quiere.
Hay algo de lo que hablas que apenas se conoce: las secuelas, el después. Tú cuentas cómo tu experiencia afectó en tus relaciones posteriores, cómo habías asumido ciertas conductas como “normales”, cómo un día te diste cuenta de que te habías transformado en Antonio y ejercías la violencia también... ¿Se puede revertir esto?

Yo aprendí un modelo de amor en el que alguien controlaba a alguien, o en el que siempre había uno que tenía un carácter que tiraba más del otro. Cuando yo me encuentro un tío al que no le importa que yo lleve faldas cortas o largas, que no le importa si pasamos dos días sin vernos porque yo estoy apurada, pensaba: “Este no me quiere, no me quiere. Llevo cuatro días sin verle, está con otra”. Toda esa idea de que amar es que estén encima de ti todo el rato. Tú aprendes esa forma de que te amen. Cuando descubro eso se me cae el mundo, porque pensaba que las secuelas eran solo sueños, pesadillas, cosas en el cuerpo... Luego me fui al Salvador donde conocí a mi actual pareja, con el que hemos trabajado muchísimo para no caer en esos roles, ni yo ni él.

No se habla de esto porque nos cuesta mucho reconocer la violencia que sí ejercemos las mujeres con quien podemos. Hablar de la violencia que ejercemos las mujeres, a nivel de políticas de igualdad o de los movimientos feministas, es un tema muy tabú. Reconocemos los privilegios que tiene un color masculino, que no siempre están en un cuerpo de hombre.






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