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viernes, 25 de marzo de 2016

La Contradicción de los Relatos

Les compartimos este texto publicado en Noticias de Navarra:
 
Vindicación procesual

Julio Urdin Elizaga | Escritor

Vivimos, como siempre ha sido, tiempos de reformulación del relato. El de la afectación por la violencia emanada desde los ámbitos extremos del conflicto armado constituye una representación más del drama social que nos rodea. Y en este sentido, resulta alentador contar con reflexiones emanadas desde el mundo de la ciencia antropológica como puedan ser las de Víctor Turner actualizadas y matizadas, aun más si cabe, por el antropólogo de origen mexicano Rodrigo Díaz Cruz. Éste, preguntándose por el imperativo del relato único, llega a reflexionar, a la luz del anterior, de la siguiente manera: “¿Un único relato? No desde luego. Cada una de las partes produce sus relatos -la versión oficial, la visión de los vencidos- que están ellos mismos en competencia y que son parte integral de las relaciones de poder. A éstos se le agregan las narrativas de (o los) científico(s) social(es), de los observadores y, por qué no decirlo de una vez, de los artistas”. En el relato del conflicto nuestro, el desafío parece no estar tanto en cómo conciliar posturas tan distantes del sufrimiento, como en trasmutar la apariencia de quién es el vencedor dentro de una lucha política que a todas luces, y a pesar de las apariencias, parece no tener un cercano final. Es decir, la cosa parece querer apuntar al cómo camuflar la derrota. Bauman en este sentido nos da una clave, la de que todo consenso es pérdida y dejación de razones por ambas partes: “...un consenso no es sino un acuerdo que alcanzan personas con formas de pensar esencialmente distintas, un producto de duras negociaciones y de compromisos, de numerosos altercados, contrariedades y ocasionalmente puñetazos”. No puede haber un triunfador sino dos perdedores. Estaríamos así instalados en la era calificada por el pensador de origen coreano Byung-Chul Han, recordando a Foucault, como biopolítica, donde el maltrato se ejerce a directamente sobre los cuerpos cuando nos habla de la “violencia del consenso”. El “disciplinamiento del cuerpo”, en este caso social, mediante la individual eliminación corporal, existencial de la otredad, una auténtica carnicería, que ahora en otra fase se pretende más amablemente lo sea -como si ello no tuviera ninguna trascendencia- meramente mental.

En este sentido, los navarros siempre nos hemos visto derrotados, hasta que al fin se consiguiera el ansiado triunfo si bien desde las antípodas de nuestros intereses apoyando el ilegítimo “alzamiento” del autodenominado bando nacional de ese Estado-nacional del que hablaba Saskia Sassen basado, en primera instancia, en la nostalgia del Imperio de lo global que fuera una vez España, y en detrimento del propio proyecto establecido sobre las bases de nuestro localizado Estado-nación. Contrariamente a lo que sucediera con el resto de la etnicidad que participa de nuestro origen a este lado de la impuesta frontera por apoyar en su momento la legitimidad democrática republicana recién constituida del mismo Estado-nacional. Constatamos de esta manera cómo el relato de nuestra historicidad viene por tanto marcado desde tiempo atrás indefectiblemente por el drama social de la guerra y de sus consecuencias, como tal vez no pudiera ser de otra forma, y consiguientemente de la fractura interna del proyecto convivencial aún por definir. Tarea ciertamente complicada que requiere algo más que el azar de los acontecimientos, la participación de la propia voluntad. El cómo ganarla debe ser, por tanto, una cuestión preferente de la inteligencia y de saber caminar juntos respetando la identidad de cada cual. Esa, en mi opinión, debe constituir, en lo fundamental, la labor de la política actual. Y para ello debemos servirnos de instrumentos que nos ayuden a superar el dualismo de las opciones y el maniqueísmo de las actitudes, como los propuestos inicialmente, en parte, por el par Deleuze y Guattari, siendo desarrollados por otros muchos más, intelectuales que a pesar de su no presencia mediática, desde la Política del silencio, continúan haciéndolo, al margen de los extremos banderizos al que nos tiene tan acostumbrado la pendular lógica partidaria.

La vindicación procesual, fuera de la primera acepción académica como venganza, en el análisis de los acontecimientos contiene una profunda carga revisionista del relato histórico. Debe contemplar la hipótesis no esencialista del cómo nos hubieran ido las cosas de no ser por los hechos que las abortaron en momento dado y por tanto cómo se pueden retomar una vez hayan cambiado las situaciones que motivaron, generalmente, el obligado sometimiento. Ello se hace principalmente a través del relato que da pie a la acción, lo que da con la clave de la segunda de las acepciones académicas del término vindicativo: “aplicase al escrito o discurso en que se defiende la fama y opinión de uno, injuriado, calumniado o injustamente notado”; y que sirve para vindicar: “Defender, especialmente por escrito, al que se halla injuriado, calumniado o injustamente notado” y cuyo derecho es el de “recuperar uno lo que le pertenece”. Lo que nos llevaría a analizar la complicada casuística en torno al sentimiento de pertenencia, en nuestro caso comunitaria.

También ésta ha tenido, cómo no, sus excesos, siendo recogidos por literatos y filósofos como Helmuth Plessner, en Límites de la comunidad, Stefan Zweig, en Castellio contra Calvino, y, finalmente, Herta Müller, en El rey se inclina y mata. Todos ellos tratan de los resortes y procedimientos por los cuales el individuo se ve impelido a prestar su propia vida en beneficio del ideal comunitario, así como de su crítica y la de cualquier totalitarismo independiente de su formulación ideológica. La vindicación procesual se encuentra en el alma de todos ellos, así como del acontecimiento dado. Son éstas tres lecturas del todo aconsejables en evitación de lo antedicho. Así el primero en su crítica al radicalismo social matiza que por éste “se entiende, en general, la convicción de que lo verdaderamente grande y bueno sólo surge mediante un regreso consciente a las raíces de la existencia; la creencia en la capacidad redentora de los extremos es el método para hacer frente a todos los valores y compromisos tradicionales (...). Radicalismo significa dualismo. Sólo la división justifica la rudeza, sólo la resistencia justifica la agresión. Si lo dado ofrece resistencia, el principio del agresor tiene que ser superior en bondad, duración y fuerza”. El segundo resume esta actitud tan corriente en la política, matizando el que: “Hasta la más legítima de las verdades, si es impuesta a otros por medio de la violencia, se convierte en un pecado contra el espíritu”. Para finalizar, la autora rumana en lengua alemana, suscita la siguiente reflexión sobre el sentimiento y el relato: “No es cierto que existan palabras para todo. Como tampoco que siempre pensemos con palabras. Yo sigo pensando muchas cosas que no pienso con palabras, no he encontrado palabras ni en el alemán del pueblo ni en el alemán de la ciudad, ni en rumano, ni en el alemán de Alemania, sea oriental u occidental. Ni en ningún libro. Los resquicios interiores no se corresponden con el lenguaje, lo arrastran allí donde no pueden existir las palabras. A veces, lo decisivo es aquello de lo que ya no puede decirse nada, y el impulso de hablar no resulta problemático porque uno no se detiene en ello. Creer que hablar sirve para aclarar los estados de confusión es algo que sólo he conocido en Occidente”. Por lo que también a veces y ante situaciones de tan profunda afectación tanto en lo sentimental como en lo espiritual la retórica y la escritura parecen ser tan idiotas. 





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