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domingo, 10 de enero de 2010

Munilla el Cruzado



Para entender bien lo que sucedió hoy en Donostia cuando el enviado del ala católica del franquismo tomó posesión de su cargo como obispo de Gipuzkoa empecemos por enterarnos del papel que jugó el Vaticano en la invasión y ocupación de Nabarra gracias a este texto de Iñigo Saldise Alba publicado en Izaro News:

Datos de una anexión violenta e ilegal (1512-1515)

Iñigo Saldise Alda

En el año 1512, el Reino de Nabarra era un Estado neutral, en unos tiempos donde la guerra era evidente entre el reino de Francia y la Liga Santísima, la cual estaba formada por el Papado, Venecia, España e Inglaterra. Catalina I de Foix y Juan III de Albret, reyes de Nabarra, mantenían desde varios años atrás, una política de neutralidad basada en alianzas basculantes entre el reino de España y el reino de Francia, pero el 10 de julio de ese mismo año, sin previa declaración de guerra, tropas invasoras españolas irrumpen violentamente en el pueblo navarro de Goizueta, dándose comienzo a la usurpación del Reino de Nabarra por parte del rey español, Fernando el Falsario.

Un gran contingente de experimentadas tropas españolas, se encontraba acampado en las puertas de la ciudad de Vitoria desde junio, a la espera de recibir la orden de atacar al Reino de Nabarra y sus habitantes. Los reyes de Nabarra seguían dispuestos a mantenerse neutrales, por lo que buscaron un acuerdo o tratado con Luís XII de Francia, muy similar a otros realizados con anterioridad con Fernando de España, pero el Falsario necesitaba justificar la invasión que había lanzado sobre Estado Pirenaico, por lo que el día 17 de julio presenta un tergiversado y claramente falso Tratado de Blois entre el Estado de Nabarra y el estado de Francia, buscando con ello la excomunión de los cismáticos reyes de Nabarra, según el español, merecedores de ser despojados de su corona y del Reino. El verdadero Tratado de Blois salió a la luz realmente al día siguiente, pero eso no impidió que el rey de España diera la orden de marchar a sus tropas contra el Estado vascón.

Fabrique Álvarez de Toledo, duque de Alba, irrumpe en el Reino de Nabarra al frente de las tropas española el día 19 de julio, entrando concretamente por la Burunba y Lekunberri. El ejército invasor español era numeroso y estaba formado por 1000 hombres de armas, 1000 caballeros bardados, 1500 caballeros ligeros, 12.000 infantes y 20 piezas de artillería. Antonio de Acuña, obispo de Zamora, pronto se une al grueso de las tropas españolas. Junto a él, 400 hombres armados más, entre los que se encontraba el temido tercio de Bugía, conocido por los numerosos estragos realizados entre la población civil del norte de África. Con a ellos se encontraba Luís IV de Beaumont, al cual el rey español le había otorgado los mismos títulos que le concedió a su padre. Estos eran el de Condestable de Nabarra y conde de Lerin, algo que solo podían otorgar los reyes legítimos de Nabarra. Luís IV de Beaumont iba junto a su cuñado el Duque de Nájera, capitaneando 700 coraceros reales españoles. El duque de Alba dividió al ejército invasor en tres poderosas columnas, dos de ellas capitaneadas por los coroneles Villalba y Renfijo, mientras que la tercera, era comandada por Luís IV de Beaumont.

El 20 de julio aparece el monitorio Etsi hii y la bula Pastor ille coelestis, realmente preparadas en la cancillería de Aragón, ya que a pesar de estar pedidas desde abril al emperador de Roma, estas aún no habían llegado a las manos del rey de España. De todas formas el principal aliado del reino de España, el Papado, guarda un silencio cómplice ante el voraz e insaciable apetito imperial español.

Tras la toma de la capital, nuevas tropas españolas penetran en territorio del Reino vascón. Estas son las del arzobispo de Zaragoza, hijo natural o bastardo, del rey español Fernando el Falsario, encaminándose hacia la leal ciudad de Tutera. Las tropas españolas pudieron ser vistas en Cascante el día 31 de julio, bloqueando con ello la ciudad ribera. Ese mismo día, Fernando el Falsario publica un quimérico manifiesto intentando demostrar que la ocupación del Reino de Nabarra es conforme a los términos acordados en la Liga Santísima. Era un intento de darle un carácter de empresa Santa y a la vez, buscaba con el una justificación, no solo ante los naturales del País vascón, sino también de cara a sus aliados, concretamente los ingleses, que observaban atónitos desde Pasajes la invasión española del Reino de Nabarra, ya que el objetivo de la Liga Santísima era la Guyena, en poder de Luís XII de Francia.

El 10 de agosto de ese mismo año, Fernando el Falsario aniquila las legítimas Cortes de Nabarra sitas en Iruñea, lo que provoca una postrera proclama del rey de Nabarra, Juan III de Albret, en Donapaleu el 30 de Septiembre, denunciando al rey español, por usurpador y tirano, ya que había ocupado de forma ilegal e ilegítima, mediante la fuerza de las armas, el neutral Reino de Nabarra. El apetito imperial del rey de España, de Fernando el Falsario, hace que desde la cancillería de Aragón se falsifique una segunda Bula una vez ocupado el Reino de Nabarra, que lleva por nombre Exigit contumatiam, y vinculada al Estado de Nabarra a la condición de colonia español, sirviendo hasta hoy día al estado español, para justificar toda suerte de atropellos y crímenes realizados por su inquisición, más la destrucción de los castillos navarros y la expulsión de la nobleza e intelectualidad humanista del territorio ocupado por soldados españoles, auténticos extranjeros en esta tierra. El 17 de diciembre de ese mismo año, en la ciudad de Logroño, el Falsario nombra de forma ilícita, fraudulenta y en claro contrafuero, un virrey para el ocupado Estado de Nabarra. Este es el español de Castilla y por tanto extranjero para Nabarra, Diego Fernández de Córdoba y Arellano, marqués de Comares.

Ante la pasividad mundial, Fernando el Falsario crea y sanciona unas nuevas Cortes, realmente hechas a sus propia medida el 13 de marzo del año 1513, las cuales, de forma ilegal y engañosa, lo titulan como rey de Navarra, lo que facilita cierta y posteriormente el trabajo de anexión del Reino de Nabarra a la corona de Castilla, efectuado por el Falsario en las cortes españolas de Burgos el 7 de julio del año 1515, en donde no se encontraba ningún navarro, generándose incluso las protestas y el encarcelamiento de su leal escudero, Luís IV de Beaumont.

La aparición de una tercer Bula, etsi obstinati también falsificada por la cancillería de Aragón, ante la complicidad pasiva de la Iglesia Católica, que mantenía un pacto con el reino de España debido a las cuantiosas deudas que acarreaba con este, en gran medida por las fastuosas obras que estaban realizando en el Vaticano, ya es una clara condenación de los reyes navarros, Catalina I de Foix y Juan III de Albret. Es muy probable que el emperador de Roma, Julio II, sólo proclamó la bula contra Luís XII de Francia, Universis Santae Matris Ecclesiae, pero lo que si es seguro, es el silencio cómplice del Vaticano ante el expolio del Estado de Nabarra y la usurpación llevada a cabo por el rey español, Fernando el Falsario.


Ahora que ya tenemos estos datos históricos en mente, leamos la editorial de Gara:

El intento de «reconquista» golpea de lleno también a la Iglesia vasca

A la reconquista. Así llegaron las personas que la Iglesia y quién sabe si incluso el Ministerio de Interior españoles trajeron ayer en autobuses y otros medios de transporte a la catedral Artzai Ona de Donostia. Porque ése fue el sentido que algunas de esas personas le dieron a su asistencia a preguntas de nuestros periodistas. Y eso que la nueva jerarquía impuesta en Gipuzkoa por Rouco y el Consejo de Estado vaticano, personalizado de momento sólo en el nuevo obispo, José Ignacio Munilla, les rogaron que evitaran la simbología que sin duda pensaban traer consigo. No hubo banderas españolas ayer en la catedral donostiarra, pero sí todo lo demás.

Y ese todo lo demás engloba desde el nuncio del Papa en España, monseñor Renzo Fratini, acompañado de una cuarentena de prelados y cardenales españoles, a quién y cómo organizó ayer el traspaso de poderes al frente de la Iglesia guipuzcoana. Y no fue organizado, como suele, por la propia estructura eclesial guipuzcoana, sino por instancias estrictamente españolas, desde la ultraconservadora Conferencia Episcopal al propio Ministerio de Interior de Rubalcaba, que restringieron movimientos y presencias en la Catedral. Es significativo, por otra parte, cómo se ha argumentado el relevo incluso desde el ámbito ideológico que lo ha fomentado, propiciado y, finalmente, impuesto: El dirigente del PP Antonio Basagoiti, por ejemplo, equiparaba a los nacionalistas «con los dictadores que quieren poner y quitar obispos en función de intereses políticos». Difícilmente podría definirse mejor lo que ha sucedido en Gipuzkoa y, por extensión, lo que se está imponiendo a las diócesis vascas desde hace ya unos años.

Lo explicaba ayer perfectamente en estas mismas páginas el profesor de la facultad de Teología de Gasteiz Félix Placer, cuando constataba y alertaba de la estrategia diseñada desde el poder establecido en la Iglesia española y el Vaticano para las iglesias vascas, una estrategia «restauracionista» que persigue una iglesia conservadora en lo pastoral y contraria a los derechos de Euskal Herria.

¿Qué podía haber hecho el obispo saliente, Juan María Uriarte, ante lo que se le ha venido encima? Más, sin duda. Entre otras cosas, algo fundamental, apoyarse en su propia Iglesia, escucharla e ir de su mano. Si ante la designación de Munilla, impuesto por Rouco al margen de la terna propuesta, como es norma, por el obispo saliente, es obvio que se ha marginado absolutamente al «pueblo» -concepto también utilizado por la propia iglesia-, a Uriarte también cabe achacarle haber eludido esa tradición de la Iglesia que apela al sentir y la participación del pueblo. Por ejemplo, a la hora de abrir la participación para componer la terna de candidatos, o para llevar adelante su Gobierno y su etapa al frente de la diócesis guipuzcoana de modo que pudiera garantizarse en lo posible tanto un relevo compartido y aceptado como una reacción conjunta y, por extensión, más fuerte contra esta decisión finalmente impuesta. No debe extrañar, por lo tanto, que su propio equipo haya terminado por abandonarle antes incluso del desembarco de Munilla y compañía, algo ciertamente significativo y que refleja tanto la tensión existente como el pulso que debe esperar el nuevo obispo.

Porque si José Ignacio Munilla puede considerarse como el símbolo de una batalla ganada por los sectores más conservadores y, en consecuencia, por la cúpula eclesial española, no menos cierto es que la guerra no ha terminado. Ante el previsible endurecimiento de la censura y del control de cualquier reflejo progresista y aun abertzale, los grupos y comunidades de base seguirán sin duda defendiendo sus derechos e identidad, tratando de alentar la necesaria modernidad que la inmensa mayoría de la Iglesia vasca, que se ha expresado en contra de este giro conservador y españolista, demanda.

Es realmente esclarecedora la idea o noción de democracia que invocan quienes ayer llegaron a Donostia en medio de fuertes medidas de seguridad y con una idea fija en mente: la «reconquista».

Aunque parezca un comentario frívolo ante un hecho que por la mayoría de la Iglesia guipuzcoana y vasca es percibido con rabia y desasosiego, quien haya visto la película «Avatar» habrá percibido cierto reflejo entre lo que se cuenta en la misma y lo que ha sucedido en el relevo al frente de la iglesia guipuzcoana: los «hombres del cielo» -porque de hombres se trata y del cielo dicen que proviene su magisterio y poder- tratando de imponerse y, de un modo u otro, con palabras más o menos bonitas o falsas, de sojuzgar al «pueblo». Quizás hayan cambiado métodos y armas, pero probablemente menos de lo que muchos se imaginan. Muchos dirán, claro, que todo eso son cuestiones internas de la Iglesia que no le conciernen. Tal vez tenga razón quien así se exprese, en cierto modo, pero sólo en cierto modo, porque esa estrategia de reconquista que toca ahora y desde hace años a la Iglesia vasca no es sino un eslabón más de una estrategia general que nos afecta e incumbe a todos, y que tienen que ver, como expresaba ayer en su artículo de opinión Félix Placer, con «los esfuerzos de libertad, justicia y paz en el lugar en que vivimos».


Para mayor información respecto a la toma de poder por parte de Munilla les sugerimos leer esta nota publicada también en Gara. En lo que respecta a la historia de Nabarra, no hay pierde, una lectura obligada es el blog de Iñigo Saldise Alda titulado Soberanía de Navarra.

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