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lunes, 1 de diciembre de 2008

Vil Vi Aendre Vores Jord

Esta reflexión acerca del paso que han dado los groenlandeses en pos de su autodeterminación ha sido publicado en Gara:

También Groenlandia
Martin Garitano | Periodista
Nunca hubiera pensado que llegaría a sentir envidia (sana, si hay) de los inuit groenlandeses, gentes a las que imaginaba embutidas en abrigos de piel de foca, con raquetas bajo las botas y más preocupadas por la pesca y porque la estufa no les fundiera el igloo que por la independencia de su iceberg. Me equivoqué otra vez.

Desde que Erik el Rojo, hace más de mil años, asentó a sus vikingos en las tierras de Kaallit Nunaat, los inuit han vivido bajo el mandato de noruegos y, hasta ahora mismo, de daneses. Han sido, pues, descubiertos, colonizados y reducidos a la condición de súbditos de la Corona danesa.

Paisajes al margen, la historia se parece a la nuestra. Con todos los matices que tiene la Historia, claro. También a nosotros nos descubrieron -se dieron cuenta de que estábamos aquí- y, después de mil y una vicisitudes, nos redujeron a la doble condición de súbditos de la República Francesa y del Reino de España. En eso tuvimos peor suerte que los inuit, como se verá.

En 1979 Dinamarca concedió un Estatuto de Autonomía a Groenlandia, el mismo año en que el Reino de España hizo lo propio con tres de los siete territorios de Euskal Herria. A los navarros les impusieron lo que llamaron el Amejoramiento del Fuero y a los vascos de la Euskal Herria continental les niegan hasta una Cámara de Comercio particular.

Y en 2008 los groenlandeses han votado su ampliación hasta abrir la puerta a la independencia de Kaallit Nunaat para que la isla más grande del mundo, escasamente poblada, con poca vegetación más allá de la tundra, grandes riquezas minerales y yacimientos petrolíferos de primer orden, cuente con voz propia en el concierto de las naciones, para que puedan decidir en libertad a quién y a qué precio venden sus arenques, su zinc y su petróleo. Lo han hecho por voluntad propia y porque Margarita II de Dinamarca no cuenta con el sustento de una constitución como la española, que deja en manos de los militares la defensa de la unidad de España. Ni padece la obsesión francesa por el control del último rincón de su decadente imperio. Margarita II ha asumido con deportividad política la decisión de los inuit de vivir su independencia en libertad. Si Sarkozy y Juan Carlos Borbón hicieran lo propio, todos, ellos y nosotros, viviríamos mejor.

Y hay otro elemento que explica mi envidia. El lema de la patria de los inuit: Vil vi aendre vores jord. Traducido al castellano quiere decir «Vamos a cambiar nuestra tierra». De eso se trata.

 



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