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jueves, 11 de septiembre de 2008

A Estrasburgo (Razones)

Ya he calificado el llamado de Ibarretxe a que escribamos cartas a Estrasburgo como un numerito mediático, tomando en cuenta la displicente actitud de Balza para con los miembros de Etxerat o la emboscada tendida contra SA por parte de Izaskun Bilbao.

Sin embargo hay una voz a la que respeto por su integridad y su compromiso con la libertad, esa voz es la de Antonio Alvarez Solís quien en este texto publicado por Gara ve lo de acercarse a Estrasburgo desde otro punto de vista, aquí lo tienen:


Antonio Alvarez Solís | Periodista

La voz de un pueblo

Aunque con no pocas cautelas, el autor se muestra favorable a, cuando menos, tomar en consideración la propuesta del lehendakari de denunciar ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos la hipotética prohibición de celebrar la consulta que propone Ibarretxe. Entre otras virtudes, Álvarez Solís atribuye a esta iniciativa la capacidad de «evidenciar aún más ciertas posturas que actúan como la carcoma en el seno de un sector del nacionalismo».

El lehendakari ha solicitado a la ciudadanía de Euskadi, si el Tribunal Constitucional denegara la consulta sobre la autodeterminación, que acuda al Tribunal Europeo de Derechos Humanos para denunciar la opresión flagrante en que se encuentra la nación vasca.

La sugestión del jefe del Gobierno vasco obliga, creo, a una meditación profunda. ¿Qué hacer frente a esta petición? Porque la solicitud de acción popular es poliédrica de contenido. Encierra cien interrogantes, numerosas dudas y un centón de posibilidades. O de frustraciones. Cabe preguntarse, desde un abertzalismo izquierdista, si esa petición del lehendakari no rodará hacia otra vía muerta. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos es lento, pertenece a un complejo institucional muy conservador, funciona con ópticas penetradas de la voluntad política dominante. ¿Puede ese tribunal primar una exigencia moral, siempre en carne viva, como es la realidad de las naciones subyugadas por los Estados vigentes, que sirven a intereses poderosos y por naciones que se han arrogado el papel de únicas y ciertas en el interior de las fronteras actuales?

Quizá el tribunal europeo, ante tamaño envite, no se decida a levantar la barrera de la opresión, para lo cual, y sin entrar siquiera en el fondo del asunto, hay cien retorcidos subterfugios legalistas y procedimentales. Las cuestiones de libertad son hoy abstrusas o las han convertido en tales. La libertad se ha transformado en una energía peligrosa puesto que facilita el camino para llegar a la verdad. Y ¿acaso se pretende ahora la verdad? Don Miguel de Unamuno enarbola doloridamente la frase: «La verdad no se ha hecho para consolar al hombre». Y el hombre actual necesita consolación a cualquier precio. Este es el gran escándalo de la época, penetrada hasta la raíz de un fascismo que ha eliminado la práctica común de la razón.

Pero, aún reconociendo un final difícil o adverso para la denuncia europea que sugiere el Sr. Ibarretxe ante la escandalosa cerrazón de Madrid, uno se pregunta si conseguir una masa notable de denuncias ante el Tribunal de Derechos Humanos de la Unión Europea no avivaría la hoguera del escándalo moral que ya ha prendido en torno a la lamentable situación de Euskadi, como inmediatez, y de Euskal Herria en definitiva. Aunque los magistrados europeos quemaran los papeles de los denunciantes, las llamas del histórico abuso serían más visibles. Éste es, a mi entender, el otro considerable aspecto de la cuestión. Cabe meditarlo, ya que cuando no se tienen en número suficiente armas más rotundas en la mano se debe aprovechar la fuerza del adversario para revertirla en su propio daño. ¿Significa este propuesto recurso una postura disolutoria del esfuerzo en pro de la soberanía? Yo presumo lo contrario, pero ahí está el debate, que se debe abordar con serenidad y visión extensa. Un debate verdaderamente ciudadano por requerir directamente a la ciudadanía. Incluso cabe considerar que el llamamiento del lehendakari a librar esta nueva batalla podría evidenciar aún más ciertas posturas que actúan como la carcoma en el seno de un sector del nacionalismo.

Necesita Euskadi -y, claro es, Euskal Herria- multiplicar las acciones extrainstitucionales como invitación constante a la corrección del rumbo, tantas veces débil, incierto o dudoso de las instituciones. Creí ver siempre en la magnífica iniciativa de Lizarra este afán de enderezar la institucionalidad y velar por su limpieza moral y política. ¿Y por qué no suscitar otro brote, y lo señalo sin ningún reparo dado su noble objetivo, de ese lizarrismo tan necesario a fin de lograr un lógico futuro para Euskadi? La época actual precisa de un desdoblamiento del esfuerzo político, que posiblemente haya que considerar, como otro dato más, en la propuesta del Sr. Ibarretxe, al que en esta circunstancia considero más como un ciudadano vasco que como rector del Gobierno de Gasteiz. Ante el ciego empecinamiento de Madrid la respuesta ha de ser coherente, aunque haya que habilitar vías múltiples en la confrontación.

Por tanto, no creo que se haya de cuestionar la iniciativa del recurso legal al tribunal europeo por ver en ella una dejación maliciosa del Gobierno vasco respecto a los deberes que le son propios. No se trata, como hace frecuentemente La Moncloa, de transferir a la ciudadanía un problema que se juzga irresoluble, costumbre habitual en los Gobiernos de España. Ni mucho menos. Es más, si la ciudadanía vasca acude en masa a la denuncia, tanto Lakua como una serie de partidos políticos y de dirigentes de los mismos habrán de transparentar su verdadero fondo, se logre o no el propósito último de protección nacional vasca que se solicita al mencionado tribunal.

Una masa de papel suficiente actuaría como catalizador del verdadero elemento nacionalista, que ahora funciona muchas veces en una confusa dilución en los tubos del laboratorio político. Conste, repito, que estoy reflexionando en público sin mayor voluntad que lograr el verdadero destino de Euskadi y, a la vez, como solicitud del debate mediante el cual yo habría de recibir, como cualquier otro, la luz apropiada. Una vez más reclamo la apertura de las ventanas políticas para que en nombre de una absurda reserva y discreción no se siga teniendo a los ciudadanos alejados de sí mismos o expuestos, de practicar la razón dialéctica, o sea, la razón, a caer bajo la cuchilla de unos tribunales que pasarán a la historia como radicales podadores de la democracia, que significativamente suele definirse a diario y por los agentes centralistas como «democracia española». Atención al Cristo, que es de plata.

He de añadir, con la debida contención, que la lucha por la independencia, que tiene múltiples manifestaciones, no debe entregar nunca las instituciones creando un vacío que, como en la ley física, siempre será llenado, en este caso por quienes destruirían para muchos años la posibilidad independentista. Es decir, no deben exponerse a la extinción, frente a quien tienen casi toda la fuerza material a su favor, muchos factores que han de contribuir a la batalla sin recurrir a la política de campo quemado. Cada cual en su trinchera y con su papel.

Se trata, repito, de una visión a la que me lleva tanto la consideración de la historia como una larga experiencia personal. En el mundo actual una independencia vale y otra no; una violencia vale y no vale una respuesta de violencia distinta. Esto debemos, creo, tenerlo siempre en cuenta pues la sola irritación del espíritu no es buena para la eficacia. Dicen los ingleses, en un refrán que me parece muy significativo que «cuando yunque, yunque y, cuando martillo, martillo». Y no ha de verse en ello demérito para la propia causa ni debilidad en su defensa. España siempre quiso ser martillo y en la hora actual se ve en la necesidad de defender los últimos retazos de su imperio, que son, vergonzosamente, colonias intrafronteras, mantenidas en tal estado tanto por la represión practicada inicuamente por Madrid como por colaboracionistas que siempre están con el ojo puesto en su contabilidad y la mano presta para negociar el libro mayor.

Hasta aquí me he permitido llegar en esta reflexión pública que tributa a mi sempiterna voluntad de hacer de la libertad ventana realmente abierta y de la verdad en que uno cree la mejor contribución a la armonía verdadera entre los pueblos y los individuos. Hablar sin temor, esa es la clave de que el paso se vaya haciendo firme. Hablar sin miedo a cualquier poder que pretenda sellar los labios, poder que por ello siempre será condenable, porque como decía Tertuliano «nadie puede considerar lícito un uniforme que representa actos ilícitos». En fin, amén y vámonos a merendar.



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