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martes, 11 de marzo de 2008

Las Víctimas Españolas de Aznar

Este escrito ha sido publicado en inSurGente como un homenaje a las víctimas de la aventura guerrera y criminal del cobarde y mentiroso de José María Aznar:

La patria de Aznar y la guerra

202 muertos y 1400 heridos: daños colaterales en la guerra de Aznar

Antonio Maira

Hay pueblo, hay fraternidad humana, pero no hay patria –la patria de Aznar- en el dolor de Madrid.

Hemos sufrido un ataque terrible como réplica a una guerra mucho más terrible, en destrozos humanos, en futuros rotos, en vidas sin esperanza, que el presidente del gobierno ha hecho por cuenta propia y en nuestro nombre.

No puede haber esa patria, la patria de Aznar -reclamada para guerrear contra los pobres, en matanzas y despojos de crueldad sin misericordia y de codicia sin límite-, en la profunda y angustiada fraternidad nuestra con los doscientos dos muertos, los mil cuatrocientos heridos, y el terror sin amparo de la población de Madrid.

No puede haber patria –la patria de Aznar- en la solidaridad con las víctimas propias de una guerra lejana que este pueblo no ha querido. No hay patria sino horror en una guerra injusta que es el patrimonio sangriento del presidente del Gobierno y de su cohorte fascista.

No compartimos la patria de Aznar, hecha de codicia, de vasallaje indigno y de crueldad, que es la patria de la "guerra antiterrorista de Bush". Aznar, Rajoy, Palacios y todos esos truhanes, nos han mentido hasta el más absoluto desprecio. Aznar ha ejercitado su patriotismo, que no es el nuestro, con una guerra injusta y sangrienta, destruyendo un país y humillando a un pueblo.

Nuestra identidad colectiva ha sido secuestrada y manchada por Aznar.

Por eso no hay patria en nuestro inmenso sufrimiento. Sólo solidaridad humana y horror.

"Las bombas de Iraq estallan en Madrid" gritaban la noche del sábado las gentes en la calle, las gentes que ya habían comprendido, y que comunicaban a voz en grito, que Aznar –cruel fantoche- es el primer culpable de la masacre que ha ocurrido en la capital del país.

No hay patria en el dolor de Madrid, ni tampoco en el dolor andaluz, el de Euskadi, el catalán, el de Galicia o el de Castilla. No hay patria en el dolor profundo de esos pueblos. Solo solidaridad humana y una creciente y colérica toma de conciencia.

He recibido testimonios de condolencia de varios amigos desde Cuba. Ellos comprenden, me dicen, el dolor por las víctimas del terrorismo. No en vano, recuerdan, Cuba lleva 45 años sufriendo ataques terroristas continuos, programados y realizados desde los Estados Unidos.

Pero en Cuba, a diferencia de nosotros, sí hay patria y hay pueblo en el dolor. El terrorismo ha atacado a Cuba en cada una de sus víctimas, ha atacado su proyecto social solidario y compartido.

En Cuba el dolor es resistencia, es pueblo, es patria, es revolución.

La coalición imperialista, disfrazada como alianza contra el terror y contra las armas de destrucción masiva en la "guerra mundial antiterrorista" de Bush, mintió descaradamente a sus pueblos y a todos los pueblos del mundo para hacer la guerra en Iraq.

Los gobiernos de EEUU, del Reino Unido y de España, entre otros, violaron todas las normas de derecho internacional y consagraron para siempre, con la soberbia de la superioridad militar indiscutible, el "derecho" de los más fuertes a la guerra preventiva, el derecho a la extorsión, a la coacción, a la destrucción y a la matanza. La guerra pasó a ser el instrumento de poder de los Estados Unidos y sus aliados fieles.

Allí, entre los incondicionales del crimen, estaba un jactancioso Aznar que además de violar el derecho internacional se mofó de cualquier respeto democrático, mintió a los ciudadanos y declaró la guerra por su cuenta.

Aznar apoyó el inmenso crimen del ataque masivo a un país indefenso.

Aznar despreció la enorme movilización de un pueblo cuya inmensa mayoría le gritó no a la guerra.

Morirían decenas de miles de personas. Soberbio y cruel, indiferente y burlón ante el sufrimiento ajeno, con ferocidad y contoneo de valentón de retaguardia, Aznar anticipó los innumerables muertos y señaló hacia Sadam Hussein.

Después vinieron los bombardeos masivos de ciudades y los miles seres humanos aplastados por las bombas. Aznar continuó apoyando y jaleando los asesinatos para contribuir a la salvación del mundo de la mano de George Bush.

Finalizada la primera fase de la guerra y la ocupación de Iraq, Aznar envió tropas de combate para participar en la ocupación militar de un país y garantizar el expolio que están realizado sus ocupantes.

Siempre soberbio, siempre enfático, insolente y cruel, Aznar se sacudía el horror de matar, de destruir, de hambrear y humillar a todo un pueblo apuntando de nuevo hacia Sadam Hussein.

Aznar mintió todo lo necesario y se arropó en las mentiras ajenas.

Falsificó declaraciones y decisiones de la ONU para encubrir la salvajada de una guerra cobarde, de unos bombardeos salvajes, de miles y miles de seres humanos aplastados por los bombardeos.

Para distribuir el expolio de un pueblo cuyo patrimonio colectivo fue arrasado y después privatizado por las multinacionales de los países ocupantes, Aznar convocó en Madrid la Conferencia de Donantes.

Se hizo cómplice de la política neofascista de Bush y nos buscó con ello enemigos implacables. Enemigos que estaban dispuestos a cobrar ojo por ojo y diente por diente...

Cuando el día 11 de marzo cerca de 2000 personas fueron alcanzadas por la cólera despiadada y brutal de quienes se han autoproclamado vengadores del mundo árabe, Aznar reaccionó como un tramposo y un cobarde.

Mintió para evitar que el pueblo español comprendiera que la guerra de Aznar había volado cuatro trenes atestados de obreros, de jóvenes y de inmigrantes humildes, y había llegado a los barrios de Madrid.

Canalizó la cólera ciudadana contra ETA para potenciar con el espanto y la indignación sus proclamas electorales de patria unida y nacionalismos terroristas. Aznar no sólo ocultó su terrible responsabilidad en la masacre sino que quiso convertirse en el paladín de la justicia y la venganza.

El Aznar que hizo la guerra por su cuenta, jactancioso de la alianza y la amistad personal con los grandes, estirado y vanidoso al lado de Bush, frívolo ante las posibles consecuencias de la guerra, acostumbrado a mentir sin límites, protegido por los medios y por la cobardía, la complicidad o el irresponsable respeto institucional de sus antagonistas, impuso un golpe mediático contra el pueblo y preparó un peculiar pucherazo electoral.

En los terribles, oscuros y finalmente también luminosos días que van desde el 11 al 14 de marzo el pueblo español, alertado por gentes sin partido, por jóvenes indignados, por noticias que llegaron por la red y fueron distribuidas por miles de personas, comprendió que estaba siendo engañado.

Entonces salió de la indiferencia, miró con espanto a las caras crueles, cínicas y frías de Aznar, de Acebes, de Zaplana y de Rajoy y se dio cuenta de que las guerras matan.



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