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jueves, 7 de diciembre de 2006

Elegancia

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Euskara y elegancia

Henrike Knörr / Catedrático de Filología Vasca (UPV-EHU) y Director de Investigación de Euskaltzaindia

La reciente celebración del Día Internacional del Euskara es una excelente ocasión para reflexionar acerca del presente y del futuro de nuestra lengua, dejando a un lado exaltaciones sentimentales y tontas euforias, y tratando de examinar las cosas con alguna frialdad.

Pronto se cumplirán tres años desde que en enero de 2004 vimos por primera vez el manuscrito de Juan Pérez de Lazarraga, personaje de familia noble, nacido en Larrea (Álava) a mediados del siglo XVI. Fue poeta y prosista jovencísimo y, ya anciano, cronista defensor de su noble linaje.

A Lazarraga le resultaban familiares la Antigüedad clásica, Ludovico Ariosto, Sicilia, Madrid, Córdoba o Escocia. Buen escritor, aunque, por lo que toca a su producción en euskara, parece que finalmente no llegó a limar y cuidar los originales y disponerlos para la imprenta, y no sería por problemas de dinero. Al contrario que Etxepare, quien, ayudado por su mecenas y paisano Bernard Lehete, alto cargo en el parlamento de Burdeos, había dado a la luz, veinte años antes y probablemente dos veces, los hermosos poemas que tituló Lingua Vasconum primitiae ("Primicias de la lengua de los vascos"), consciente de que el suyo era el primer libro vasco impreso.

En ambos casos, escritores elegantes. Elegancia que ha sido norma general en nuestra literatura, y en todo el pueblo, independientemente del dinero o el poder de cada cual. Norma general y ejemplo a seguir. Certeramente dijo Kirikiño (1866-1929) que el euskara debía llevar sombrero.

Esta elegancia es la que nuestra lengua necesita. Poco o nada haremos sin elevar el euskara, adornarlo, enriquecerlo y hacerlo atractivo y digno de aprecio. El euskara debe estar situado entre las cosas deseables, en lo alto de la escala social de valores. Todo lo contrario a como se nos presenta muchas veces, del brazo de andrajosos, zafios y violentos. Las mismas pintadas en euskara (o algo que se le parece), la mayoría hablan con odio, con desprecio de la cultura y repeliendo a nuestros conciudadanos. ¿Quién va a sentir así un vivo afán de aprender y cultivar esta lengua? ¿Quién anhelará acercarse a esos anti-modelos? ¿Nos puede extrañar la actitud reacia de tanta gente? ¿Nos puede sorprender que la lengua no se extienda ni crezca, después de tantos años? Devolvamos al euskara la elegancia. Y con ella el sentido poético. Hagamos que nuestra lengua llegue al corazón, con ecos de antaño y reflejo también de lo más noble de hogaño en Vasconia. La escuela debería empezar aquí por otorgar el puesto que merecen a Etxepare, Lazarraga, Oihenart, Lizardi y otros. Porque, según el conocido verso de Hölderlin, "... poéticamente habita el hombre". Ser persona humana es en gran medida tocar la poesía y dejarse impregnar de ella.

A menudo se habla de que el euskara debe ser obligatorio. Yo preferiría que fuera necesario. Y necesario para vivir y sentirse persona humana en este País, y allí donde haya gente vasca.

Poesía, elegancia. Y mucho trabajo individual y colectivo. El euskara no puede ser euskañol ni franvasco. Estemos abiertos a todos, pero cuidando nuestra riqueza. Ya ha empezado, por ejemplo, esa idiota tormenta de Zorionak por todas partes. Pero Zorionak es un castellanismo como una catedral, traducción servil de "Felicidades". ¡Basta! Felicitémonos en los proximos días navideños con Eguberri On. En los cumpleaños digamos Urte askotako o Anitz urtez. Y si alguien merece nuestro elogio, digamos Bejondeizula o Goresmenak. A cada lengua lo suyo. Con elegancia. Con respeto.


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