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sábado, 8 de noviembre de 2003

Roitman | La España Cortesana de la Boda Real

Marcos Roitman nos deleita con un escrito más en el que desnuda a la clase política española en toda su cavernaria estulticia, usando como hilo conductor la boda del heredero borbónico franquista a la plebeya Letizia Ortíz. 
 
Aquí lo tienen: 
 
 
La España cortesana de la boda real

Marcos Roitman Rosenmann

El gobierno de la monarquía borbónica hace agua. Ahogado en sus mentiras, José María Aznar busca una salida fácil para ocultar su mediocridad. Sediento de prepotencia bebe su bilis como calmante y no cabe de gozo cuando le comunican el futuro enlace entre el príncipe y una periodista de su cuerda.

Comportamiento que pretende lo exonere del silencio cómplice, guardado por él y su gobierno, al ser notificado del asesinato y muerte de dos reporteros españoles en Irak.

En la bravuconería de sus gestos, Aznar esconde su mediocridad y busca tapar su incompetencia aprovechándose del revuelo por esta decisión, un tanto inesperada, del príncipe de "romper el celibato" y unirse en matrimonio con una plebeya divorciada. Cuando peor parecían ir las cosas para Aznar y el Partido Popular, este golpe de suerte les permite un respiro.

La España cortesana mirará con orgullo y satisfacción el histórico compromiso real. Transformará el hedor en una bocana de aire fresco. Muchos españoles, aquellos que copan la audiencia viendo programas de voyeurismo social, tendrán un soporte adicional. Durante no pocos meses, hasta el día de la boda, periódicos, revistas del corazón, televisión y radio, en fin, los medios de comunicación públicos y privados, cubrirán hasta el hartazgo los pormenores de la boda.

Importantes incógnitas de hondo calado humano serán formuladas: ¿Quién será el modisto elegido? ¿De qué color será el vestido? -Blanco en ningún caso, ya que la novia fue desposada en su anterior matrimonio, ¿o no?- ¿Cuántos invitados habrá? ¿Cómo será la tarta? ¿Dónde pasarán la noche nupcial? En fin, un sinnúmero de interrogantes que se irán develando poco a poco, en función de los intereses de la casa real. Ello hará olvidar lo más importante: la boda del príncipe heredero ha sido el momento esperado por los monárquicos y su corte para afianzar de una vez y para siempre la casa de los Borbones en el trono. Fue parte del pacto de Estado implícito, sellado por las fuerzas políticas con representación parlamentaria durante la transición: no cuestionar a la monarquía.

Salvo un sector de Izquierda Unida y de republicanos incombustibles, el resto de la sociedad política y civil se unirá al brindis de parabienes a la nueva pareja principesca, garantía de continuidad dinástica. Razón más que de sobra para dotar de contenido político este hecho eminentemente social. No olvidemos que casarse, solicitar el divorcio o hacer la primera comunión, por ejemplo, son actos privados. Sin embargo, es evidente que cuando la decisión involucra a personajes famosos, sean cantantes, deportistas, actores o miembros de la elite política, el hecho adquiere connotación pública relevante, pero no cambia la naturaleza social del acto. Sin embargo, no hace falta retrotraernos históricamente para contemplar cómo en sociedades de castas y estamentales, así como cortesanas, nos encontramos con bodas de conveniencia en las que priman los intereses políticos y económicos de familias y mafias cuyo fin último es ver aumentada su cuota de poder e influencia. El resultado: vidas desgraciadas con infelices llenos de traumas. Salvo excepciones, esa ha sido la dinámica seguida durante los siglos XIX y XX.

Hoy, en Occidente, con monarquías reducidas a un papel casi decorativo, cuyos escándalos se airean por todo el mundo, las bodas reales no dejan de ser acontecimiento público, en las que la ostentación obscena de la que hacen gala muestra un pasado de poder absoluto, de lujuria y despilfarro, que querrían recuperar. Pero este casamiento debe ser diferente, pues está sometido a una lógica política enquistada en la historia reciente de España. Es necesario romper el lastre que encadena al actual rey, Juan Carlos I, a su designación como monarca. Por más que intente lavar su imagen, el recuerdo lo sitúa junto a Francisco Franco, su legitimador político. Su origen bastardo no debe ser trasladado a su heredero, pues ello abriría nuevamente las puertas a un debate sobre Monarquía o República.

La continuidad monárquica es tarea pendiente, no resuelta durante la transición. De ahí la prisa por casar cuanto antes al vástago varón y dar carpetazo definitivo. Hoy se presenta la decisión como parte del cambio político democrático, efecto de estos 25 años de Constitución monárquica. ¿Casualidad las fechas?

Una educación laica, sin prejuicios y con aires modernos a los hijos del rey, facilita una boda considerada imposible a los ojos de una monarquía tradicional. La elegida es una mujer divorciada, plebeya, con padres separados y sin pedigrí; qué más se puede desear. El, hombre moderno y sin prejuicios, compatibiliza su responsabilidad futura de gobernar España con su amor privado. No hay fisuras. España es otra. Fruto del cambio, podemos asistir a una decisión en la que se conjugan la tolerancia de unos padres comprensivos, monarcas de su tiempo, cuyo único deseo es ver felices a sus hijos. Una familia ideal. Los novios aceptan gustosos el papel asignado. Ella se muestra responsable y sumisa al protocolo, y él, en su condición de futuro rey, se siente dichoso y con fuerzas para acometer su trabajo de servir al reino. Ya no está solo.

Mientras tanto, en el orden interno, el desprecio a la democracia y los derechos sociales campa a sus anchas. El aumento exponencial del desempleo afecta a 2 millones de personas y se encubre otro millón y medio bajo la fórmula de contratos a tiempo parcial y otras triquiñuelas estadísticas sin mayor credibilidad social. La pérdida de poder adquisitivo de la ciudadanía es alarmante. Tampoco la juventud tiene mejores perspectivas. Abocados a un futuro en el que el acceso al trabajo no está garantizado, su horizonte se ve ennegrecido hasta el desánimo y la depresión. Otro tanto ocurre con los jubilados. Pensiones exiguas y falta de servicios sociales. Los banqueros están en horabuena. Se frotan las manos y sacan suculentos bocados con el beneplácito del gobierno. La sanidad entra en un proceso de privatización silenciosa, con el traspaso de hospitales públicos a fundaciones privadas para su gestión y administración. La subvención a la educación religiosa, más concretamente a los Legionarios de Cristo, permite desplazar la hegemonía del Opus Dei a la formación de la elite conservadora. El resultado: una involución en la enseñanza pública, en la que se penaliza a estudiantes laicos y agnósticos.

La corrupción suma y sigue. Es hecho cotidiano y a pocos les escandaliza. Transformada en forma de vida, se asocia de preferencia a la actividad política. Muchos piensan que este es el motivo oculto que mueve a presentarse como candidatos a personajes que gastan fortunas en sus campañas. El premio siempre será mayor. Los empresarios se adueñan de la política e imponen la dictadura del mercado. Bajo su égida se articula una política rastrera de favores y prebendas, cuya dinámica se expresa en la danza del euro. Para Aznar, España va bien. Difícil hacer creer a extranjeros, turistas e inclusive avisados científicos sociales la fragilidad de un proceso cada vez más excluyente y concentrador, donde casi 9 millones de españoles viven en condiciones de pobreza, según Cáritas, organización nada proclive a falsear datos.

En otro orden de cosas, la violencia de género muestra el lado oscuro de una sociedad sexista cuyos principios de superioridad del macho frente a la hembra son defendidos con fuerza por el gobierno del Partido Popular, más allá de las declaraciones propagandísticas. La Constitución discrimina por razón de sexo el acceso a la corona. El trono es prerrogativa de los varones. En conclusión, este enlace constata la fuerza con que sobrevive una España tradicional y cortesana, que impone su agenda, frente a los intentos republicanos de democratizar su existencia. ¡Vivan los novios! 



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